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La península de Yucatán es la porción septentrional de Mesoamérica que divide el golfo de México del mar Caribe en el extremo sureste de América del Norte y la parte norte de América Central, con un territorio de aproximadamente 181 000 km². La integran al norte, los estados mexicanos de Yucatán, Quintana Roo y Campeche, y al sur la conforman Belice y el norte de Guatemala (el Petén). Para fines de este artículo, las demarcaciones limítrofes peninsulares son: al suroeste, la laguna de Términos en el estado de Campeche; al noroeste la ría de Celestún y el puerto de Sisal en el estado de Yucatán; al noreste, Cabo Catoche en el estado de Quintana Roo; al sur, el cinturón plegado del departamento del Petén, Guatemala; al sureste, bordeando las montañas Maya, el litoral del golfo de Honduras. Se trata propiamente del territorio que ocupó durante la dominación española, desde principios del siglo XVI hasta principios del siglo XIX, la Capitanía General de Yucatán.
En la mayoría de este territorio, con excepción de la parte sur y de los litorales, es tierra caliza y dura, carente de ríos y de montañas importantes, en la que el agua, para volver al mar, rompe brecha en el subsuelo una vez alcanzado el manto freático, formando cavidades y aguadas interiores conocidas como cenotes, que los antiguos pobladores de la región, los mayas, usaron como reserva vital del agua.
En la porción norte del litoral, a unos 7 km al oriente del puerto de Progreso, se encuentra una pequeña población veraniega y de pescadores llamada Chicxulub en donde se estima que cayó un aerolito de la familia de Baptistina, hace 65 millones de años, que formó un cráter gigantesco —el renombrado cráter de Chicxulub—, de aproximadamente 180 km de diámetro y que según las más recientes hipótesis tuvo, entre otras consecuencias, la extinción de los dinosaurios de la faz de la tierra.
En la parte noreste de la península, la más calcárea, la más agreste, se cultivó desde tiempos inmemoriales el henequén, planta originaria de la región, y que desde mediados del siglo XIX dio origen a una agroindustria, que por muchos años fue la principal actividad económica peninsular.